martes, 25 de enero de 2011

Sin título

La señora Smithson, de Londres decidió matar a su marido, no por nada, sino porque estaba harta de él después de cincuenta años de matrimonio. Un día se lo dijo:

- Thaddeus, voy a matarte.

- Bromeas, Euphemia -se rió el infeliz.

- ¿Cuándo he bromeado yo?

- Nunca, es verdad.

- ¿Por qué habría de bromear con algo tan serio como esto?

- ¿Y cómo piensas matarme? - siguió riendo Thaddeus Smithson.

-Todavía no lo sé. Quizá poniéndote todos los días una pequeña dosis de arsénico en la comida. Quizás aflojando una pieza en el motor del automóvil. O te haré rodar por la escalera, aprovecharé cuando estés dormido para aplastarte el cráneo con un candelabro de plata, conectaré a la bañera un cable de electricidad. Ya veremos.

El señor Smithson comprendió que su mujer no bromeaba. Perdió el sueño y el apetito. Enfermó del corazón, del sisema nervioso y de la cabeza. Seis meses después falleció. Euphemia Smithson, que era una mujer piadosa, le agradeció a Dios haberla librado de ser una asesina.

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